lunes, 3 de febrero de 2014

Los nuevos pacientes


Los nuevos pacientes

Entre las muchas consecuencias que están generando los cambios en la sociedad peruana de las últimas décadas, hay una que nos atañe particularmente a los profesionales de la salud mental en el sector privado. De un lado tenemos el periodo más prolongado de gobiernos democráticos de nuestra historia. Por otra parte,  tenemos la evolución de los descendientes de los migrantes del campo a la ciudad, jóvenes habitantes de una urbe cada vez más extensa y caótica, pero al mismo tiempo proveedora de una infinidad de servicios que ayer nomás estaban reservados a los sectores privilegiados. Esto incluye educación, salud, transporte, seguridad, etcétera. De todo esto se habla y con razón, dada la marcada deficiencia en el abastecimiento de esta demanda, tanto de parte del Estado, incapaz de asumir sus obligaciones, como del sector privado, que también se ve desbordado.
Pero inadvertidamente ha venido sucediendo que una serie de personas están acudiendo a los consultorios psicoterapéuticos, en busca de una escucha profesional para su sufrimiento, ese mismo que sus padres y con mayor razón sus abuelos, acaso ni siquiera podían darse el lujo de considerar. Pero el acelerado proceso de urbanización, con la proliferación, de la cual tanto se ha hablado últimamente a raíz del proyecto de ley universitaria, de centros educativos, es responsable de la presencia de una gran cantidad de jóvenes con una mayor preparación (aunque esta sea deplorable en algunos casos), y con un mayor poder adquisitivo.
He observado en mi consultorio la llegada de un número creciente de estas personas, no todas tan jóvenes, quienes acuden a una experiencia que en muchos casos les resulta ajena (nadie en su familia lo había hecho, por ejemplo), pero cuya necesidad sienten en lo más íntimo de su experiencia. Este pedido de escucha y ayuda tiene sus propias características. Me refiero no solo a lo obvio, a saber que cada persona es distinta en función de su historia. Hay algo más extendido y nuevo que, poco a poco, estoy aprendiendo a comprender. Se trata de una demanda explícita de ayuda, como queda dicho, pero implícitamente acompañada por un requerimiento de una escucha adaptada a las singularidades de nuestra sociedad.
El psicoanálisis latinoamericano, para hablar de lo que conozco, no ha podido todavía hacerse de una identidad definida. En muchos sentidos ha seguido el derrotero de la sujeción colonial. Hemos pretendido traer métodos y teorías provenientes de los grandes centros de producción intelectual e implantarlos en nuestras comarcas, sin tomar en cuenta las implicancias de ese desplazamiento. Como si fuera lo mismo trabajar en Londres, París, Nueva York o Lima, Santiago, Sao Paulo o México. Lo que estos pacientes de un nuevo tipo deberían permitirnos, es romper con esa identificación alienante. El Complejo de Edipo es universal, pero cada sociedad tiene un desarrollo diferente. El racismo del Perú no es el de Inglaterra. Como no son lo mismo sus heridas narcisistas (piensen en La Haya) ni sus potencialidades o limitaciones.

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