En el hospital de Iquique un doctor y cinco matronas crearon un modelo de parto indígena único en Chile en el que la mujer aimara se entibia con mantas altiplánicas, toma infusiones, recibe masajes de su partera y da a luz en la posición que quiera, rodeada de su familia, como es su tradición. Lo asombroso es que el equipo médico descubrió que aquello que las aimaras han hecho por siglos es exactamente lo mismo que la OMS recomienda para un parto con apego.
Por Consuelo Terra | Fotografías: Carolina Vargas. Joanna Mamani, una mujer aimara de 23 años, suda copiosamente bajo una gruesa capa de mantas de alpaca hilada con lana rosada, verde y roja, mientras su cara se arruga en cada contracción. Está a punto de parir a su segundo hijo. Una estufa calienta la pieza apenas iluminada, para crear un ambiente que se asemeje al calor y la oscuridad del útero. Joanna está semiacostada en una cama de madera. Su marido, Tito García (26), la sujeta por la espalda y le hace cariño en la cabeza, para aliviarla. Los líquidos y la sangre del parto lo ponen nervioso y trata de no mirar mucho. La partera aimara Inés Challapa, vestida con pollera negra y chaleco, le entrega a la joven una agüita de romero bien cargada, según dice, para que el calor facilite el parto y la guagua no pase frío. “Cuando tengas ganas de pujar, puja. Si no, no”, aconseja la partera, que ha acompañado a Joanna durante todo su embarazo. Las contracciones se hacen más fuertes. La partera amarra una tela alrededor del vientre de Joanna y le hace masajes suaves de arriba hacia abajo, para ayudar a la guagua a bajar. Joanna grita de dolor mientras se asoma la cabeza de su hijo.
Arrodillada al pie de la cama, sobre una colchoneta, una matrona con delantal blanco y guantes quirúrgicos recibe en sus manos al recién nacido y observa su respiración y pulso. “Es una niñita y está sana”, dice mientras la acuesta sobre el pecho de Joanna. Sonrientes y emocionados, los nuevos padres regalonean a su hija. Después de media hora, la matrona sale de la sala de parto intercultural aimara del hospital de Iquique con la niña envuelta en sábanas, para limpiarla y vestirla.
Este año se reactivó un proyecto pionero de parto intercultural para la población aimara, que nació en 2004 en la maternidad del hospital de Iquique. Es un modelo de atención de parto indígena único en Chile y se diseñó especialmente para atraer a las mujeres aimaras de comunas rurales que se resistían a tener guagua en el hospital. En Chile, 99,7% de los partos es atendido en un recinto hospitalario. El 0,3% restante corresponde a mujeres indígenas que tienen a sus hijos en su casa y la gran mayoría de ellas pertenece a comunidades aimaras del altiplano.
Colchane, donde creció Joanna –un poblado a 4.500 metros sobre el nivel del mar, casi en la frontera con Bolivia– es la comuna que tiene el porcentaje más alto de parto domiciliario, a pesar de que cuenta con una posta rural donde hay una matrona. De un total de 37 embarazadas que hubo en 2003, 15 se negaron a tener su guagua en el hospital. Estas cifras se asocian a la alta tasa de mortalidad infantil entre la población aimara rural. Si en Chile mueren 8 de cada 1.000 nacidos vivos (la tasa más baja en
Latinoamérica después de Cuba), en comunas como Colchane la mortalidad infantil es cinco veces más alta: 40 de cada 1.000 niños mueren.
Patricio Miranda, médico obstetra del hospital regional de Iquique, lideró el proyecto de parto intercultural aimara. Junto a cinco matronas echó a andar el programa con un presupuesto de $ 7.500.000 provenientes del Programa de Salud y Pueblos Indígenas del Ministerio de Salud. Lo primero que hizo el equipo fue recorrer las comunidades aimaras del interior para preguntarles a las mujeres por qué no querían tener sus guaguas en el hospital. Respondieron que las trataban mal; no les permitían parir en la posición que ellas conocían (arrodilladas, en cuclillas o sentadas); no las dejaban caminar, tomar yerbas o sopas, ni dar a luz acompañadas de sus familiares, como han hecho las aimaras por generaciones. También tenían mucho miedo de que les hicieran una cesárea, que consideran un daño.
En las comunidades aimaras se conoce a las madres que han tenido cesáreas como “mujeres cortadas”.
“Lo asombroso es que todas las peticiones que nos hacían son exactamente las mismas recomendaciones que hace la Organización Mundial de Salud”, dice el doctor Miranda, y enumera: “Pedían que las dejaran caminar, algo que se promueve ahora porque favorece el trabajo de parto; pedían que no les hicieran episiotomía (un corte que previene desgarros en la vagina) y hoy está demostrado que es innecesaria y no debería realizarse en más del 20% de las mujeres, pero en Chile se hace en más del 70% de los partos; pedían que no las obligaran a acostarse para parir y hoy se sabe que la posición vertical, que ellas usan tradicionalmente, es más cómoda y favorece el parto natural por factores anatómicos y de gravedad; pedían estar con su familia en el parto y hoy se sabe que el apoyo emocional disminuye las complicaciones. Lo que ellas querían es en realidad lo que se debería hacer siempre”, concluye el doctor Miranda.
ABUELA, HIJA Y NIETA
Joanna Mamani amamanta a su hija Dafne, de dos semanas, en su casa en Alto Hospicio. Su hijo mayor, Héctor Manuel, de tres años, nació también en la sala de parto intercultural del hospital de Iquique. Joanna tiene un buen recuerdo de sus partos: “En la sala me dieron agüitas de yerbas y empecé a transpirar. Cuando tenía contracciones, la partera, que me ha acompañado en mis dos embarazos, me afirmaba y me hacía masajes”.
Marcelina Mamani (45), la madre de Joanna, tiene doce hijos. Los seis primeros nacieron en su casa en Colchane. “Yo me ponía de rodillas y mi esposo se sentaba en una silla y me sujetaba la cabeza. Mi suegra me agarraba de la guatita y me ayudaba a pujar para que la guagua saliera más fácil. Ella amarraba el cordón umbijlical a mi pie, yo tiraba un poquito y ahí salía entera la placenta”, recuerda Marcelina. Tradicionalmente, las mujeres aimaras valoran tener muchos hijos, aunque las más jóvenes han comenzado a usar métodos de planificación familiar. En 2001, la familia Mamani migró de Colchane a Alto Hospicio y Marcelina comenzó a tener a sus hijos en el hospital de Iquique. “No dejaban moverme, tenía que quedarme acostada en la camilla. Me ponían un pijama delgadito. Así, ¿cómo una va a pujar siquiera? Las matronas me aplastaban la guata muy fuerte, mientras nosotras estamos acostumbradas a que las parteras nos masajeen con cuidado, suavecito”, reclama Marcelina.
Pero cuando vio lo contenta que quedó Joanna con el parto intercultural aimara, se entusiasmó en volver al hospital. “Mi hija me convenció de inscribirme con mi último hijo, Gabriel. Me ayudó la misma partera que atendió a mi hija. Tuve a mi guagua de rodillitas. Para que bajara la leche después me tomé una sopa de quínoa que mi hermana me trajo de la casa”.
El programa de parto intercultural aimara creó un modelo de atención inédito en Chile, que comenzó a funcionar en red con los consultorios de la provincia de Iquique. En su posta de origen, las embarazadas aimaras se pueden inscribir en el programa de parto intercultural, que funciona siempre sin anestesia, con un timbre en su carnet de control prenatal. Las mujeres que viven en zonas rurales bajan gratis en ambulancia a Iquique cuando comienzan los dolores del parto.
Para generar un ambiente similar a un hogar aimara, en la maternidad del hospital de Iquique habilitaron una sala privada con una cama de madera cubierta de mantas aimaras, luz tenue, un calefactor y una silla en forma de U para partos verticales. No se les aplican procedimientos que son de rutina en las maternidades, como lavado intestinal, episiotomía o monitoreo fetal, a menos que sea estrictamente necesario. Una partera tradicional aimara apoya el trabajo de parto con masajes, compresas tibias e infusiones. La matrona interviene sólo para recibir la guagua y el médico, solamente en caso de complicaciones.
Después de nueve meses de etapa piloto, el parto intercultural pasó la prueba con un éxito rotundo. En este periodo en el hospital atendieron a 55 mujeres aimaras de las cuales 92% tuvo un parto normal sin complicaciones. Sólo 3,6% terminó en cesárea, un porcentaje ínfimo frente al 29% de promedio nacional en los hospitales públicos. Y lo mejor es que las mujeres y sus familias quedaban felices. Una encuesta de satisfacción arrojó que 80% de las pacientes encontró mejor esta experiencia de parto que la que había tenido antes en hospitales, 95% consideró que se respetaron sus decisiones y el mismo porcentaje consideró que se respetaron sus creencias o tradiciones.
Con estos resultados el proyecto de atención intercultural aimara fue validado por el Servicio de Salud de Iquique para funcionar en forma permanente. El grupo gestor capacitó durante 2006 al resto de la maternidad y el modelo se dejó en manos de los equipos de turno. Pero el programa quedó descabezado, sin nadie que supervisara su continuidad o difusión, y empezó a decaer. Si el año 2004 atendieron 65 partos interculturales, en 2007 la cifra bajó a 15 partos y en 2008, a un parto al mes.
Este panorama cambió a principios de 2009, cuando el Ministerio de Salud reactivó este modelo y el Servicio de Salud de Iquique contrató al doctor Patricio Miranda como asesor médico, un cargo formal que lo convirtió en supervisor del programa. En abril de este año retomaron la difusión en consultorios
rurales y contrataron con sueldo fijo a tres parteras para que participen en los controles prenatales en el hospital comunitario de Alto Hospicio, donde vive una gran población aimara, y atiendan los partos en el hospital de Iquique. Así, las futuras madres se atrevieron a volver a la maternidad.
EL MANTEO
Son las ocho y media de la noche y alguien golpea la puerta de la Casa de la Mujer Altiplánica de Iquique, un hogar donde las mujeres del interior que vienen al hospital pueden alojar gratuitamente. Reyna Cáceres (64), una partera aimara con más de 40 años de experiencia, abre la puerta. Es el doctor Miranda, que trae a una embarazada peruana de 23 años llamada Lidia García. El médico le dice a la partera: “Lidia está pasada de la fecha de parto, pero la guagua no baja. ¿Se la puedes acomodar?”.
Reyna palpa el contorno de la guata, explora. “La guagua está pasada de frío y muy arriba”, diagnostica. La embarazada bajó hace dos días desde Pozo Almonte y su marido se quedó allá con los hijos. “Lidia está sola, adolorida y con probabilidades altas de terminar en cesárea”, le dice el doctor a la partera.
Reyna trae una frazada, la estira en el suelo y le dice a Lidia que se tienda al centro. La partera agarra un extremo de la frazada y yo, siguiendo sus instrucciones, agarro el otro. Reyna tira la frazada hacia arriba, haciendo rodar a la embarazada hacia mi lado y yo hago contrapeso levantando la manta. La guata de Lidia se bambolea. “Esto es un manteo para acomodar la guagua”, explica Reyna. Cuando termina, la partera prepara una agüita con menta muy aromática. Lidia se sienta en el comedor y bebe.
Esa misma noche tiene a su guagua en un parto normal. Hasta hace pocos años, los médicos y matronas de las postas rurales amenazaban a las parteras con denunciarlas a Carabineros por atender los partos en las casas. Ahora, integradas en este programa de atención intercultural, se han ganado el respeto de doctores y matronas por el soporte emocional que brindan a las embarazadas, así como por su sorprendente habilidad para acomodar con masajes y manteos una guagua en mala posición y aliviar los dolores del embarazo y el parto con compresas tibias e infusiones.
“La partera hace su trabajo y nosotras hacemos el nuestro. Cada una respeta el espacio de la otra”, dice Ana María Gavilán, una de las cinco matronas que creó el programa. “Al principio tenía aprensiones con este tipo de parto, como que si no le hacíamos un lavado intestinal a la madre, la guagua podría tragar desechos. Pero me di cuenta de que mientras sale por el conducto de la vagina, la guagua cierra los ojos y la boca. Después sólo hay que lavarle la carita”, cuenta.
La matrona Nora Rivera confiesa que al principio estaba reticente a participar en el programa, pero como eventualmente le iba a tocar atender algún parto intercultural, fue a ver cómo era. “Quedé impactada con el ambiente de cariño que se produce. Nunca volví a atender un parto de la misma forma después de eso”. Desde entonces pone luz baja, música suave, no apura los pujos y, si es posible, se asegura de que el padre de la guagua esté presente.
Las buenas prácticas del parto intercultural se han ido contagiando de a poco hacia el resto de la maternidad: varios matrones, inspirados por las tradiciones aimaras, aplican sus propias innovaciones en los turnos, como aromaterapia. El giro definitivo hacia un modelo de atención más humanizado vendrá a principios del próximo año, cuando en el hospital de Iquique se inaugure oficialmente una maternidad de parto integral, de acuerdo a los lineamientos que promueve el Ministerio de Salud: se construirán cuatro nuevas salas individuales donde todas las mujeres –no sólo las aimaras– podrán caminar durante el trabajo de parto, tomar infusiones, tener su hijo en la posición que elijan –con o sin anestesia, como prefieran– y recibir a sus guaguas rodeadas de su familia.