lunes, 20 de abril de 2009

LA CRISIS GLOBAL Y LA SALUD


LA REPERCUSIÓN DE LA CRISIS GLOBAL EN LA SANIDAD

Dra. Margaret Chan

Directora General de la Organización Mundial de la Salud (OMS)

El mundo está hecho un lío, y en parte, ese lío lo hemos formado nosotros mismos. Sucesos como la crisis financiera y el cambio climático no son vicisitudes del mercado ni avatares de la naturaleza. No son sucesos inevitables que correspondan a los cíclicos altibajos de la historia humana.

Por el contrario, son indicadores de un fracaso masivo de los sistemas internacionales que rigen el modo de interacción entre los gobiernos y sus poblaciones. Son indicadores de fracaso en un momento de interdependencia sin precedentes entre las sociedades, los mercados de capitales, la economía y el comercio. En pocas palabras, son el resultado de las malas políticas. Nosotros hemos formado este lío, y los errores, hoy en día, son sumamente contagiosos.

Como nos cuentan los economistas, la crisis financiera no tiene precedentes porque llega en un momento de aumento radical de la interdependencia. Sus efectos se trasladan rápidamente de un país a otro y de un sector de la economía a otros. El contagio de nuestros errores es inmisericorde y no hace excepciones por juego limpio. Incluso los países que gestionan bien sus economías, que no compran activos tóxicos y no tienen excesivos riesgos financieros, sufrirán las consecuencias. Asimismo, los países que menos han contribuido a la emisión de gases con efecto invernadero serán los primeros y los más duramente afectados por el cambio climático.

Fracasos de los sistemas de gobierno

La crisis financiera y el cambio climático no son los únicos indicadores de mala política y de fracasos de los sistemas de gobierno. Las diferencias en los resultados en salud que se observan en un mismo país y entre los distintos países son ahora mayores que en cualquier otro momento de nuestro pasado reciente. La diferencia de la esperanza de vida entre los países más ricos y los más pobres supera los 40 años. En general, el gasto gubernamental anual en sanidad oscila entre una cantidad de apenas 20 dólares estadounidenses hasta más de 6.000 por persona.

La Medicina nunca había poseído tal arsenal de sofisticadas herramientas e intervenciones para curar las enfermedades y prolongar la vida. Aún así, cada año quedan sesgadas las vidas de más de 10 millones de niños y mujeres embarazadas por causas en gran medida evitables.

Algo va mal. Colectivamente, no hemos podido dar una dimensión moral a los sistemas que rigen las relaciones internacionales. Los valores y problemas de la sociedad pocas veces determinan el modo de operar de estos sistemas internacionales. Si lo que mueve a las empresas, como a las compañías farmacéuticas,es la necesidad de obtener beneficios, ¿cómo vamos a esperar que inviertan en I+D para las enfermedades de los pobres, que no tienen poder adquisitivo?

En demasiados casos se ha perseguido el crecimiento económico como único objetivo, como principio y fin de todas las cosas, la cura para todo. Muchos creían que el crecimiento económico curaría la pobreza y mejoraría la salud. Pero no fue así. Se aceptó la globalización como una marea alta que haría reflotar todos los barcos. No fue así. En vez de eso, la riqueza ha llegado en oleadas que reflotan los grandes barcos, pero hunden o hacen zozobrar a muchos barcos pequeños.

Se creyó que una mayor rentabilidad de los mercados conseguiría mayor equidad en la sanidad. No fue así. Se propuso el comercio libre como una vía segura hacia la prosperidad de los países subdesarrollados. Pero el comercio libre redujo drásticamente los ingresos arancelarios y no trajo otra fuente alternativa de financiación de los servicios públicos, entre ellos la asistencia sanitaria. Esto ha sido desastroso para la sanidad y la protección social en muchos países en los que casi todo el trabajo se concentra en la economía sumergida y en el que los impuestos son pequeños.

Se propuso que el usuario pagase una tarifa por la asistencia sanitaria como manera de recuperar costes y desalentar el uso excesivo de los servicios sanitarios y el consumo excesivo de asistencia. No fue así. Por el contrario, la tarifa de usuario perjudicó a los pobres.

La OMS calcula que, cada año, los costes de la asistencia sanitaria empujan a la pobreza a más de 100 millones de personas. Es una amarga ironía en un momento en que la comunidad internacional se ha comprometido a reducir la pobreza. Es más amarga todavía en momentos de crisis financiera.

Entre la sanidad y las buenas intenciones

Estamos empezando lo que los expertos dicen que podría ser la mayor crisis financiera y la mayor recesión económica desde la que empezó la Gran Depresión de 1929. La semana pasada, el Banco Mundial emitió una evaluación de la repercusión que está teniendo la crisis en los países en vías de desarrollo. La evaluación fue mucho peor que hace dos meses, y se prevé que llegarán noticias más desoladoras. En los países adinerados, la gente está perdiendo su trabajo, sus casas y sus ahorrros, y eso es trágico. En los países subdesarrollados, la gente perderá la vida.

Estamos, además, en la campaña más ambiciosa para reducir la pobreza y los grandes desfases de los resultados en salud. Nadie quiere frenar este impulso. Pero entre la necesidad y las buenas intenciones está la realidad. ¿Qué pasa si los enormes rescates financieros hacen quebrar a la banca? ¿Qué pasa si deja de haber dinero para continuar los programas sanitarios nacionales o financiar el desarrollo sanitario en otros países? E, individualmente, ¿qué pasa si la gente, simplemente, no se puede permitir cuidar de su salud?

En cierto sentido, la Declaración de los Objetivos del Milenio actúa como estrategia correctora. Intenta garantizar que la globalización es equitativa, que abarca a todos, y que sus beneficios se reparten de forma más equitativa. Tratan de equilibrar más este mundo injusto: en cuanto a oportunidades, nivel de ingresos y sanidad. El principio ético subyacente es sencillo: los que sufren o tienen menos merecen ayuda de los que más tienen.

En otras palabras, los Objetivos de Desarrollo del Milenio intentan equilibrar los sistemas internacionales que crean progreso y beneficios, aunque no existen normas que garanticen la justa distribución de estos beneficios. Como claramente establece el informe que publicó la semana pasada el Banco Mundial, las condiciones económicas a las que se enfrentan los países en vías de desarrollo se deterioran bruscamente, el reparto de los servicios sociales esenciales está en peligro, y las consecuencias se verán a largo plazo.

Los ODM, en peligro

Peligra la probabilidad de conseguir los Objetivos de Desarrollo del Milenio y beneficiarse de su estrategia correctora. ¿Qué pasa si la crisis financiera hace desaparecer la mejor oportunidad que hemos tenido nunca de encaminar este mundo hacia una mayor justicia social? El mundo necesita desesperadamente una estrategia correctora. Las enormes diferencias actuales, de niveles de ingresos, de oportunidades y de resultados en salud son precursores de la descomposición social. Un mundo tan desequilibrado en asuntos sanitarios no es un mundo estable ni seguro.

Seré franca. No estoy en contra del libre comercio. No estoy a favor del proteccionismo. Soy muy consciente del estrecho vínculo entre una mayor prosperidad económica, local y nacional, y una sanidad mejor. Pero tengo que decir que el mercado no soluciona los problemas sociales. Por su propio bien, las políticas que rigen los sistemas internacionales que nos vinculan tan estrechamente tienen que mirar más allá de los beneficios económicos, de los beneficios comerciales y del crecimiento económico. Tienen que someterse a la prueba de la verdad.

¿Cómo afectarán a la pobreza, la mala salud y las muertes prematuras? ¿Contribuirán a distribuir más equitativamente los beneficios del progreso socioeconómico? ¿O van a dejar este mundo cada vez más desequilibrado, especialmente en asuntos de salud? Yo diría que el acceso equitativo a la asistencia sanitaria y una mayor igualdad de los resultados en salud son fundamentales para que la economía funcione bien. Añadiría que los resultados en salud equitativos deberían ser la primera medida de cómo progresamos como sociedad civilizada.

Decisiones políticas premeditadas

Este mundo no se convertirá en un lugar sanitariamente justo por sí solo. Las decisiones de un país no protegerán automáticamente a los pobres ni garantizarán el acceso universal a la asistencia sanitaria básica. La globalización no se autorregulará de modo que favorezca la justa distribución de los beneficios. Las empresas no van a ocuparse de repente de los problemas sociales del mismo modo que de los beneficios. Los acuerdos de comercio internacional no garantizarán, por sí solos, los alimentos ni el trabajo ni la sanidad ni el acceso a medicinas asequibles.


Todos estos asuntos requieren decisiones políticas premeditadas. La sanidad no tuvo voz en las políticas que llevaron a la crisis financiera o que hicieron inevitable el cambio climático. Sin embargo, el sector sanitario será el más afectado por sus consecuencias. Todos los países, en cualquier grado de desarrollo, están preocupados por el efecto de la crisis económica en la sanidad. A las autoridades sanitarias les preocupa que a medida que aumenta el desempleo en sus países, empeore la sanidad, que fracasen las redes de seguridad para la protección social, que mermen los ahorros y los fondos de pensiones y que disminuya el gasto sanitario.

También les preocupa el efecto sobre la salud mental y la ansiedad, y un posible salto en el consumo de tabaco, alcohol y otras sustancias peligrosas. Ya ha ocurrido en el pasado. Les preocupa la nutrición, y con razón. Cambios importantes recientes en la alimentación mundial hacen que esta recesión económica sea diferente en cuanto a las amenazas para la salud que aparecen como consecuencia de una mala alimentación. La producción de alimentos se ha industrializado muchísimo, y la distribución y comercialización tienen un alcance mundial.

En tiempos difíciles, los alimentos procesados, ricos en grasas y azúcar y con pocos nutrientes esenciales, son la forma más barata de llenar un estómago hambriento. Estos alimentos contribuyen a la obesidad y a las enfermedades crónicas relacionadas con la dieta, privando a los niños de los nutrientes esenciales.

“Se ha perseguido el crecimiento económico como único objetivo, como principio y fin de todas las cosas, la cura para todo. Muchos creían que el crecimiento económico curaría la pobreza y mejoraría la salud. Pero no fue así. Se aceptó la globalización como una marea alta que haría reflotar todos los barcos. No fue así. La riqueza ha llegado en oleadas que reflotan los grandes barcos, pero hunden o hacen zozobrar a muchos barcos pequeños.”

“Este mundo no se convertirá en un lugar sanitariamente justo por sí solo. Las decisiones de un país no protegerán automáticamente a los pobres ni garantizarán el acceso universal a la asistencia básica. La globalización no se autorregulará para favorecer la justa distribución de los beneficios. Las empresas no van a ocuparse de repente de los problemas sociales.

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